Desperté frente a un abismo, en el horizonte recargado no avizoré presencia alguna.
-¿Me encuentro solo?-
Divague entre pensamientos mezclados con dudas de saber donde se encontraba mi alma, levanté la mirada y una luz exquisita nubló mi vista ahogada, y a lo lejos una maquinaria imposible, casi de otro planeta, resplandeció en todo el cielo gris, y visiones fugaces ante mis ojos aparecieron.
-Creo entender donde estoy-
Paso a paso me aleje del peligro, entre un bosque nefasto y oscura neblina.
-¡Sigue corriendo! !No te detengas!-
Dentro de mi gritaba sofocado, y de repente disparos se escucharon a mi alrededor, aparecieron figuras inexplicables murmurando dialectos desconocidos, y de la nada el tiempo y el espacio se detuvieron, era como no ser parte de ese momento; reuní la poca fuerza que me quedaba para escapar de esta emboscada, cuando creía haber escapado la tierra comenzó a temblar y una grieta anunció a donde iría a parar.
- ¿Mi suerte no puede cambiar?-
Rodé junto a piedras, bañado en polvo y tierra en mi boca, hasta que mi espalda se detuvo entre rocas y al final del agujero reaccioné sin aliento. Con agilidad me levanté e inmediatamente visualicé 3 túneles entre los escombros, dude sobre el camino a seguir cuando un brillo parpadeante tomó la decisión por mi.
-Esa es mi vía de escape-
El húmedo y frondoso túnel parecía no tener final, pero el parpadeo brillaba mas fuerte conforme me adentraba en la infinidad.
-¡Debo Seguir! ¡Está cerca el final!-
A lo lejos comencé a escuchar los murmureos indescifrables, así creía, no podía diferenciarlos de mis pensamientos atormentados y abrumados. Continué con mi andar y sentía estar cerca de llegar, cuando me día cuenta que el brillo desaparecía en la inmensidad. Aceleré el paso, pero mi desesperación no se sació al llegar, fui engañado por una luz artificial que no guiaba a la salida esperada.
-¡Este es mi final!-
Los murmureos cada vez más reales, cada vez mas cercanos, cada vez más temerarios. Caí de rodillas rendido, cansado, sin esperanza, agache la cabeza, esperé mi final; sentí los pasos, una conversación corta y concreta, como si se sortearán mi ejecución. Uno de ellos finalmente se acercó, podía sentir como me olfateaba y su aliento respirando en mi nuca, tomo su distancia y apuntó un arma directo a mi cabeza, sin temblar, sin dudar, jaló el gatillo y me desmoroné, cerré los ojos y morí.
Desperté al amanecer, 38 grados de temperatura, garganta inflamada y malestar corporal; había perdido la batalla, pero aún tenía fuerzas para seguir con la lucha.
